Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios
Hermanos:
Son tantos los que presumen de glorias humanas, también yo lo haré.
Pero si otro cualquiera se atreva —ya sé que estoy diciendo desatinos— también me atrevo yo. ¿Que son hebreos? También yo. ¿Que pertenecen a la nación israelita? También yo. ¿Que son descendientes de Abrahán? También yo. ¿Que están al servicio de Cristo? Pues aunque sea una insensatez decirlo, más lo estoy yo. Los aventajo en fatigas, en encarcelamientos, en las muchas palizas recibidas, en tantas veces como he estado al borde de la muerte. Cinco veces me dieron los judíos los treinta y nueve azotes de rigor; tres veces me azotaron con varas; una vez me apedrearon; naufragué tres veces y pasé un día entero flotando a la deriva en alta mar. Continuos viajes con peligros de toda clase: peligros al cruzar los ríos o al caer en manos de bandidos; peligros procedentes de mis propios compatriotas, de los paganos, de los falsos hermanos; peligros en la ciudad, en despoblado, en el mar. Fatigas y agobios, innumerables noches sin dormir, hambre y sed, ayunos constantes, frío y desnudez. Y para no seguir contando, añádase mi preocupación diaria por todas las iglesias. Pues ¿quién desfallece sin que yo desfallezca? ¿Quién es inducido a pecar sin que yo lo sienta como una quemadura?
Aunque si hay que presumir, presumiré de mis debilidades.
R/. El Señor libra a los justos
de sus angustias.
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza sin cesar está en mi boca.
Todo mi ser se gloría en el Señor;
que lo oigan los humildes y se alegren. R/.
Glorifiquen conmigo al Señor,
ensalcemos su nombre todos juntos.
Yo busqué al Señor y me respondió,
me libró de todos mis miedos. R/.
Quienes lo miran, se llenan de luz
y no se sonrojan sus rostros.
Clama el humilde y el Señor lo escucha,
de todas sus angustias lo salva. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
—No acumulen riquezas en este mundo pues las riquezas de este mundo se apolillan y se echan a perder; además, los ladrones perforan las paredes y las roban. Acumulen, más bien, riquezas en el cielo, donde no se apolillan ni se echan a perder y donde no hay ladrones que entren a robarlas. Pues donde tengas tus riquezas, allí tendrás también el corazón.
Los ojos son lámparas para el cuerpo. Si tus ojos están sanos, todo en ti será luz; pero si tus ojos están enfermos, todo en ti será oscuridad. Y si lo que en ti debería ser luz, no es más que oscuridad, ¡qué negra será tu propia oscuridad!
Estos dos apotegmas de Jesús no dicen en qué consisten ni el tesoro ni la luz y las tinieblas. La razón es que los destinatarios del mensaje son sus discípulos, y éstos los conocen bien y van aumentado sus conocimientos de los mismos.
Saben que el tesoro no son los bienes terrenos, que, aunque son preciosos, son caducos, inertes, transeúntes (Lc 12,21; Mt 13,52). Saben que el tesoro es el patrimonio que plasma la propia «cultura», que forja la mentalidad y condiciona los comportamientos (Mt 12,35). Saben que el tesoro es el Reino de los Cielos, para comprar el cual vale la pena vender todo lo que tienen, es decir, apostar más por él que por otras cosas de este mundo ambiguas e impracticables (Mt 13,44). Y saben asimismo que el Reino se hace visible siguiendo a Cristo en la pobreza evangélica compensada por «un tesoro en el cielo» (Mt 19,21). El cielo, como lugar de depósito y de reapropiación del tesoro, es, qué duda cabe, «la vida eterna en el paraíso», pero también la maduración de ésta en el «Reino de los Cielos», que equivale a discipulado del Evangelio, seguimiento de Cristo, comunidad eclesial en la historia.
Los discípulos saben que el Verbo de Dios es la luz verdadera venida al mundo para iluminar a todo hombre (Jn 1,4.9; 3,19). Han aprendido de labios del mismo Jesús que él es la «luz del mundo», de suerte que quien le sigue «no caminará a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12); han aprendido que ellos mismos son la luz del mundo y a tener dispuesto el empeño para dar testimonio de su brillo (Mt 5,14-16). Los discípulos saben que la tiniebla es la ajenidad o el exilio del Reino, esto es, de los valores evangélicos, así como lejanía y rechazo existencial de Cristo, donde se encuentran las tinieblas, el llanto y el rechinar de dientes (Mt 22,13; 25,30).
Blanco | Color que hace referencia a la resurrección de Jesús, siendo el color más solemne en la liturgia. Simboliza la alegría y la paz. Se usa durante el tiempo de Pascua y el tiempo de Navidad. Se emplea también en las fiestas y solemnidades del Señor no relativas a la Pasión, incluida la misa de la Cena del Señor del Jueves Santo, en las fiestas de la Virgen María y de los santos que no murieron mártires. |
Morado | Este color simboliza preparación espiritual. Simboliza humildad, penitencia, deseo y dolor. Se usa en Adviento y en Cuaresma, tiempos de preparación para la Navidad y la Pascua respectivamente. Además, en las celebraciones penitenciales y de difuntos. |
Verde | Este color simboliza esperanza, paz, serenidad y ecología. Es usado durante el Tiempo Ordinario, en los feriados y los domingos que no exigen otro color (solemnidades, fiestas de santos). |
Rojo | Asociado a la sangre y al fuego, es color del corazón: denota pasión, vida, pentecostés y martirio. Es usado principalmente en el Domingo de Ramos, el Viernes Santo, Pentecostés y en las fiestas de mártires. Además, en la administración del sacramento de la Confirmación. |