Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos
Hermanos:
Nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo, y en ese cuerpo cada uno es un miembro al servicio de los demás.
Y puesto que tenemos dones diferentes según la gracia que Dios nos ha otorgado, a quien haya concedido hablar en su nombre, hágalo sin apartarse de la fe; el que sirve, que lo haga con diligencia; el que enseña, con dedicación; el que exhorta, aplicándose a exhortar; el encargado de repartir a los necesitados, hágalo con generosidad; el que preside, con solicitud; y el que practica la misericordia, con alegría.
No hagan del amor que ustedes tienen una comedia. Aborrezcan el mal y abracen el bien.
Ámense de corazón unos a otros como hermanos y que cada uno aprecie a los otros más que a sí mismo.
Si se trata de esforzarse, no sean perezosos; manténganse espiritualmente fervientes y prontos para el servicio del Señor.
Vivan alegres por la esperanza, animosos en la tribulación y constantes en la oración.
Solidarícense con las necesidades de los creyentes; practiquen la hospitalidad; bendigan a los que los persiguen y no maldigan jamás.
Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran.
Vivan en plena armonía unos con otros. No ambicionen grandezas, antes bien pónganse al nivel de los humildes.
R/. Guarda mi alma en la paz junto a ti, Señor.
Señor, mi corazón no es arrogante
ni son altivos mis ojos;
no persigo dignidades
ni cosas que me superan. R/.
Estoy en calma, estoy tranquilo,
como un niño en el regazo de su madre,
como un niño, así estoy yo. R/.
Confía en el Señor, Israel,
desde ahora y para siempre. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas
En aquel tiempo, uno de los comensales que estaban sentados a la mesa dijo a Jesús:
—¡Feliz aquel que sea invitado a comer en el reino de Dios!
Jesús le contestó:
—Una vez, un hombre dio una gran cena e invitó a muchos. Cuando llegó el día de la cena, envió a su criado para que dijera a los invitados:
«Vengan, que ya está todo preparado».
Pero todos ellos, uno por uno, comenzaron a excusarse.
El primero dijo:
«He comprado unas tierras y tengo que ir a verlas. Discúlpame, por favor».
Otro dijo:
«Acabo de comprar cinco yuntas de bueyes y tengo que ir a probarlas. Discúlpame, por favor».
El siguiente dijo:
«No puedo ir, porque acabo de casarme».
El criado volvió a casa y refirió a su señor lo que había ocurrido.
Entonces el dueño de la casa, muy enojado, ordenó a su criado:
«Sal enseguida por las plazas y las calles de la ciudad y trae aquí a los pobres, los inválidos, los ciegos y los cojos».
El criado volvió y le dijo:
«Señor, he hecho lo que me ordenaste y aún quedan lugares vacíos».
El señor le contestó:
«Pues sal por los caminos y veredas y haz entrar a otros hasta que mi casa se llene. Porque les digo que ninguno de los que estaban invitados llegará a probar mi cena».
Estamos hechos de tal modo que nadie está completo por sí solo, nadie tiene todas las capacidades y todas las competencias posibles, nadie puede bastarse a sí mismo. Dios, que es Trinidad y Unidad, nos ha creado a imagen suya: somos «uno» no como individuos, sino sólo en la comunión, es decir, en la entrega recíproca. Cada uno de nosotros es único: si falla a la llamada de la entrega de sí, todos los demás quedan empobrecidos. Dar y darse no es, por consiguiente, un gesto de magnanimidad particular, sino la manera de ser personas humanas auténticas.
El Señor nos invita a descubrir y vivir esta vocación humana fundamental. Y esto es tanto más urgente cuanto más vacíos de humanidad sufrimos. Muchas veces nos damos cuenta de que somos incapaces de «sentir» con el otro, de participar con verdad (y no de fachada o por conveniencia) tanto de sus dolores como de sus alegrías. Y, por otra parte, lamentamos la misma incapacidad de los demás respecto a nosotros.
Dilatar la mirada y los espacios del corazón más allá de los asuntos que nos ocupan y preocupan en las situaciones contingentes, ciñéndonos a nosotros mismos; hacer sitio al otro con la misma atención que prestaríamos a esa parte de nuestro cuerpo que es más débil o sufre más; hacerlo a nuestra manera personalísima, según el carácter típico e irrepetible de las actitudes que tiene cada uno de nosotros... A esto nos exhorta hoy la Palabra del Señor. ¡No dejemos vacío nuestro sitio!
| Blanco | Color que hace referencia a la resurrección de Jesús, siendo el color más solemne en la liturgia. Simboliza la alegría y la paz. Se usa durante el tiempo de Pascua y el tiempo de Navidad. Se emplea también en las fiestas y solemnidades del Señor no relativas a la Pasión, incluida la misa de la Cena del Señor del Jueves Santo, en las fiestas de la Virgen María y de los santos que no murieron mártires. |
| Morado | Este color simboliza preparación espiritual. Simboliza humildad, penitencia, deseo y dolor. Se usa en Adviento y en Cuaresma, tiempos de preparación para la Navidad y la Pascua respectivamente. Además, en las celebraciones penitenciales y de difuntos. |
| Verde | Este color simboliza esperanza, paz, serenidad y ecología. Es usado durante el Tiempo Ordinario, en los feriados y los domingos que no exigen otro color (solemnidades, fiestas de santos). |
| Rojo | Asociado a la sangre y al fuego, es color del corazón: denota pasión, vida, pentecostés y martirio. Es usado principalmente en el Domingo de Ramos, el Viernes Santo, Pentecostés y en las fiestas de mártires. Además, en la administración del sacramento de la Confirmación. |