Lectura del libro de Job
Job habló por fin y maldijo así su día:
¡Muera el día en que nací
y la noche que anunció:
«Se ha concebido un varón»!
¿Por qué no morí dentro de las entrañas
y perecí antes de salir del vientre?
¿Por qué me recibió un regazo
y unos pechos me dieron de mamar?
Ahora descansaría en paz,
ahora dormiría tranquilo
con esos reyes y consejeros de la tierra
que se hacen construir mausoleos,
o con los nobles que abundan en oro,
que acumulan plata en sus palacios.
Como aborto ignorado, no existiría;
como criatura que no llega a ver la luz.
Allí acaba la agitación de los canallas,
allí descansan los que están exhaustos.
¿Por qué iluminó a un desgraciado
y dio vida a los que viven amargados,
esos que ansían la muerte y no aparece,
que la buscan como se busca un tesoro,
que disfrutarían al ver el túmulo
y se alegrarían al encontrar la tumba,
a quien no encuentra su camino
porque Dios le ha cerrado la salida?
R/. Que mi súplica llegue hasta ti, Señor.
Señor, Dios salvador mío,
día y noche ante ti grito.
Que mi súplica llegue a ti,
que escuche tu oído mi clamor. R/.
Porque estoy harto de males
y roza mi vida el reino de los muertos.
Me ven ya entre los difuntos,
parezco un ser acabado. R/.
Entre los muertos me encuentro,
estoy como los que yacen en su tumba
sin que tú ya los recuerdes,
pues están alejados de ti. R/.
En una fosa profunda me has dejado,
en las tinieblas, en las sombras;
sobre mí ha caído tu ira,
con tus olas me golpeas. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas
Cuando ya iba acercándose el tiempo de su Pascua, Jesús tomó la firme decisión de dirigirse a Jerusalén. Envió por delante mensajeros que entraron en una aldea de Samaría para prepararle alojamiento. Pero como Jesús se dirigía a Jerusalén, los samaritanos se negaron a recibirlo.
Al ver esto, los discípulos Santiago y Juan dijeron:
—Señor, ¿ordenamos que descienda fuego del cielo y los destruya?
Pero Jesús, encarándose con ellos, los reprendió con severidad.
Y se fueron a otra aldea.
Las expresiones de Job, como hemos visto ya en la lectio, no son pura retórica. Volvemos a encontrar en ellas sentimientos que son comunes y que experimentamos todos. El grito de Job es un poco el grito dramático que, en determinados momentos de dolor, emiten todos aquellos a quienes ahoga el sufrimiento. Muchos llegan incluso a experimentar la tentación del siniestro deseo de la muerte. Ahora bien, precisamente a través de esta prueba es como podemos encontrar a Dios (o también perderlo). Lo dice el mismo Job: «Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (42,5). Sólo ahora que Job se ha quedado desnudo frente a Dios es cuando es capaz de reconocerle y de amarle. Es verdad que Job se lamenta, grita y está abatido. Pero Job grita y se lamenta ante Dios. Resulta sugestivo que la Biblia no haya descartado estas expresiones; al contrario, las ha hecho suyas como oraciones de lamentación, asumiéndolas como un elemento de súplica y de petición acongojada a Dios.
¿Qué nos enseña el capítulo 3 del libro de Job? En primer lugar, a saber distinguir como es debido entre lamentación y queja. Estamos demasiado inclinados a lamentarnos de todo y con frecuencia. Nos lamentamos sobre todo de los otros. Ya no somos capaces de lamentarnos con Dios, de llorar ante Dios. Hemos perdido la capacidad de dirigirnos a Dios. Escribe el cardenal Martini que «abrir la vena de la lamentación es la manera más eficaz de cerrar los filones de las quejas que entristecen el mundo, la sociedad, las realidades eclesiásticas, que carecen de salida porque, al ser vividas en un ámbito puramente humano, no llegan al fondo del problema». En segundo lugar, nos enseña a mirar de frente nuestras pruebas, de modo que amortiguamos su aguijón. Cuando pensamos que no lo lograremos, precisamente entonces llega el momento en el que podemos expresar nuestro amor gratuito. Jesús nos mostró la gratuidad de su amor precisamente en la cruz, en el colmo del dolor y de su grito, que, por una parte, expresa la extrema desolación y, por otra, la confianza total en el Padre (cf. Mc 15,34).
Blanco | Color que hace referencia a la resurrección de Jesús, siendo el color más solemne en la liturgia. Simboliza la alegría y la paz. Se usa durante el tiempo de Pascua y el tiempo de Navidad. Se emplea también en las fiestas y solemnidades del Señor no relativas a la Pasión, incluida la misa de la Cena del Señor del Jueves Santo, en las fiestas de la Virgen María y de los santos que no murieron mártires. |
Morado | Este color simboliza preparación espiritual. Simboliza humildad, penitencia, deseo y dolor. Se usa en Adviento y en Cuaresma, tiempos de preparación para la Navidad y la Pascua respectivamente. Además, en las celebraciones penitenciales y de difuntos. |
Verde | Este color simboliza esperanza, paz, serenidad y ecología. Es usado durante el Tiempo Ordinario, en los feriados y los domingos que no exigen otro color (solemnidades, fiestas de santos). |
Rojo | Asociado a la sangre y al fuego, es color del corazón: denota pasión, vida, pentecostés y martirio. Es usado principalmente en el Domingo de Ramos, el Viernes Santo, Pentecostés y en las fiestas de mártires. Además, en la administración del sacramento de la Confirmación. |