La llamada carta a los Hebreos es un convidado de piedra en la mesa de la palabra del Nuevo Testamento. Está ubicada al final de las cartas paulinas, como un hito hierático, pero, al mismo tiempo, con un estilo elocuente y unos referentes atractivos (aunque enigmáticos). Sin embargo, se trata de una homilía fascinante si te dejas llevar por el hilo de su argumentación.Los cinco artículos de este número monográfico pretenden ofrecer una introducción actualizada de la misma. Se subraya en primer lugar que Hebreos, a pesar de su extrañeza y de su lejanía, es una exposición totalmente abierta (1). Se recuerda también que su centro es la persona de Jesús y que el argumento quiere hacer accesible su condición de hijo sentado a la diestra del Padre, en las alturas (2). Con todo, el núcleo fundamental de esta exhortación está focalizado por la forma cómo Jesús ha alcanzado la plena realización de su vida, que le convierte en mediador (sacerdote) de una nueva forma de relación (alianza) con Dios (3). Por ello, el punto central de la homilía y de su argumentación es el ofrecimiento que hace Jesús de su vida (sangre) (4). Esta ofrenda incondicional convierte a Jesús en el argumento decisivo de cara a la esperanza. Los cristianos, hermanos de Jesús, con los ojos fijos en él, pueden alcanzar también la plenitud (5).